domingo, noviembre 19, 2006

MORADA

Morada para recoger un cuerpo,
residencia para olvidar
las huellas de otros pasos en la tierra,
cobijo en la ciudad amordazada.
¿Es mi casa esa techumbre
donde acumulo libros sin leer,
es ese tabique
que sobresale como un hueso roto,
es el marco de la ventana
que tantas estrellas fugaces
habrá visto desfilar en las noches?
¿O es acaso esta otra,
vestida de noche, rumbo al día,
ella, puro cimiento,
queriendo ser hogar y no fantasma?
No entiende la casa
esta afonía en las noches,
su acústica de pasillo desierto;
abren la puerta y la nostalgia pasa
como un potrillo perdido en el monte.
¿Dónde están sus habitantes? –pregunta-
¿dónde las dudas que encienden sus causas?
Casa dormida,
el silencio envejece en tus tabiques.
¿Quién vive aquí?
¿Quién te ronda en esta casa vacía?
Aquí la luz se convierte en madera.
¿Y las almas, dónde están?
Llegarán un día,
calladas como árboles,
y tanto silencio será esplendor;
los sonidos cotidianos
-los que hoy empujan tu boca-
vendrán a habitarla.
¿Y si, para entonces,
la tarde cae en trance
y, a la hora del ocaso,
el eco de tu voz
se va a dormir discretamente?

miércoles, noviembre 08, 2006

MUJER DE ABENUZ

Mujer que en tus entrañas transportas
el embrión del hambre del mundo
-tu anémica solitaria arrugada-
esperando eclosionar como una crisálida.
Lo parirás sin nadie y con dolor, en cuclillas.
Caerá en tierra seca,
como huevo de gallina rodando
y, a la sombra de un baobab,
atarás su ombligo con nenúfares.
Apenas trece años mal vividos
y se enredan culebras a tus senos cansados.
Será el primero de una serie de diez,
hasta que te quedes tan yerma y devastada
como campo de cultivo tras la marabunta.
Los hijos que logren sobrevivir
-que consigan atravesar el ojo de la aguja-
soñarán con retirarte las moscas
de la comisura de los labios
mientras navegan hacia su Ítaca,
desafiando el infinito a golpe de océano.
El último de tus retoños
-el más pequeño-
será escupido por el mar a la playa;
reptarán sobre su cuerpo
las sierpes del abandono.
Todo sol, todo afán, todo arena;
la cara empotrada en la playa
e inflado -como vejiga de vaca-
será un indocumentado más,
por tanto, inexistente.
Y tú,
mujer de abenuz,
en tu choza de sebo,
a la orilla del fango
-ardiendo tus labios de silencio-
seguirás aguardando aún
a la sombra de un baobab,
su regreso.
Como si fuera precisamente ese
el único hijo que has parido,
ya casi sin dolor ni lágrimas,
el último de los diez,
ese.
El que no volverá nunca.

viernes, noviembre 03, 2006

DE REPENTE, LA GUERRA

De repente,
estalló la guerra,
como jeringa de azúcar.
Al principio, como un juego de niños.
Más tarde
-cuando el aire quedó dañado-
se calleron las flechas de los relojes
y los murciélagos de sus madrigueras.
Entonces nos dimos cuenta.
Los vidrios del sueño
se habían transformado en cemento;
tenían heridas las calaveras
y roncaban muy cerca las nubes
soltando nieves cargadas de azufre.
La aurora se volvió
una franja de dorada miseria,
convertida en cómplice de la noche.
Los hombres tenían miedo del agua,
cerraban los balcones para amar y,
entre las sábanas, sudaban muerte.
Más tarde,
el sol se partió, dividiendo sueños,
y las infancias quedaron perdidas
en los portales.
De todo aquello tan sólo quedan hoy
las palabras más perversas del mundo.
Hoy sería inútil recordar
aquella paloma blanca que una vez
anidó entre tus dedos inocentes.