sábado, noviembre 19, 2005

Cubículo

A mis amigos tertulianos.
...aquel día dejamos de lado la relojería de las palabras para entrar sin rubor en el tugurio de los corazones sentados y los ojos sin luz. Nos dimos a beber los verbos, compartiendo emociones y acostumbrándonos a la cercanía de nuestras pieles, tan distantes hasta ese momento en que -tumbados en un suelo parcelado- dimos rienda a nuestra imaginación.

Respetábamos entonces los límites imprecisos de toda frontera: esa línea cercada entre lo imposible, lo anhelado y lo evidente. A partir de ese instante comenzamos a vulnerarla con respeto de amantes cumplidores en su lujurioso afán semanal.

Quienes escribimos somos dueños de un limitado mundo propio al que damos vueltas. Somos habitantes de una casa solariega en la que de vez en cuando se produce el desprendimiento de un tabique, se celebra un banquete de bodas en el jardín o ciertas goteras comienzan a hacerse visibles para las visitas.

Las causas por las que alguien decide cambiar ese domicilio son tan indescifrables como el camino del éxito, esa ramera con poco trabajo que abre o cierra sus piernas a capricho y no precisamente cuando el fuego del cuerpo precisa de sus servicios.

Madrid, 18 de noviembre de 2005 (en preparación)