lunes, diciembre 31, 2007

CIUDAD BELEN

Ciudad que dejas atrás uniformes y dudas,
tu rostro aquí -el rostro de mi amor- son tus piernas, las piernas con las que voy caminando.
Ciudad Belén,
abanico que revelas y ocultas la vida
limpia como el motín de un ingente
y tan de piedra, tan lengua en la lluvia,
tan espalda, tan siesta en el mar.
Sonrisa y sol uniendo dos países en guerra
pelo al desanudarse, tormenta en las balcones del crepúsculo.
Tu vientre es el jadeo del mar, la sístole del día.
Afluente y biosfera, marea,
recibes todos los nombres del agua.
Pero tu sexo no tiene seudónimo,
es la otra cara del tiempo,
el dorso de la vida.
Allí cesa toda plegaria,
la belleza no es comprensible
-replegada en sí misma- es vacío
y la luz –cuando estamos juntos- es tiniebla, luz para dos ciegos.
Allí el tiempo se detiene a pensar,
los puntos cardinales nos tientan,
es el lugar donde nos perderemos siempre.
Ciudad Belén,
allí se acaba el tiempo,
aquí comienza para nosotros.

Bernardo Bersabé Diciembre de 2007

martes, diciembre 11, 2007

BAROMETRO HUMANO

A Cristina Caja, termómetro vital de emociones confusas

“Volvió la lluvia. No volvió del cielo o del oeste. Ha vuelto de mi infancia...” (Oda a la lluvia) P. Neruda

Probablemente el ascensor sea uno de los lugares más insólitos en los que un ser humano puede hallarse a lo largo de su existencia: un espacio hermético que parece aproximar confidencias a banalidades y en el que, paradójicamente, los humanos hablan del tiempo.

Ayer mismo pude escuchar dos partes meteorológicos diferentes. El vecino del sexto, Damián, aseguraba con una vehemencia irrefutable que la lluvia cesaría –ya lo verá usted, joven- a partir del miércoles. La del tercero auguraba además una drástica bajada de temperaturas.

No. Nunca he entendido ese feroz empeño por hurgar en los cambios atmosféricos. He probado en otros bloques de viviendas y en todos se reúnen las mismas camarillas isobáricas para determinar el rostro que tendrá la tierra al día siguiente.

Hoy he subido hasta el ático con una mujer, tan silenciosa como atractiva, que se miraba tercamente las puntas de los zapatos.

Estoy perdido… -me he escuchado decir, tratando de resolver mi desasosiego.

Ella ha levantado los ojos y me ha mirado pausadamente de pies a cabeza con una ternura inesperada.

Con este tiempecito no se puede salir a la calle sin paraguas –me ha dicho cálidamente al oído mostrándome el suyo.

Era estampado; con mango de madera.

Bernardo Bersabé

Diciembre, 2007