domingo, mayo 20, 2007

PARAÍSOS NOCTURNOS

Siempre me han fascinado la majestad secreta de la noche: sus muecas de tahúr, sus aspavientos. De madrugada, la conciencia camina de rodillas tratando de cumplir su penitencia de alcohol, frío y mentiras. La lujuria -cargado su revólver- exigiendo que el tiempo se detenga y se baje las bragas. Marchito, en una barra, el vacío -rubí de porcelana-, disfrazado de seda y soltando sus jaurías, te tienta con un último gin-tonic. En la pista de baile, una mujer sin tiempo para besos, tratando de enseñar su ajustada indiferencia. Cuando llegues a casa ¿cuál de tus recuerdos llegará roto? La mañana no tiene esos misterios: el olor a oficina del café, la verdad apuntándote a la frente, un cielo encapotado de presagios y un despeñadero de intenciones compasivas donde pactar la tregua y preparar la próxima guerrilla.

miércoles, mayo 09, 2007

ELOGIO DE LA INSURGENCIA

Cada vez que uso mi tarjeta de crédito le regalo al mundo un mapa fresco con la información de dónde he estado ese día (eso si, jamás le soy infiel al BBVA con los txirritas, no quisiera aparentar ser terrorista). Saco dinero de La Caixa y me ven meterme el dedo en las narices (no quiero ser radical, por eso me extraigo el moco y, con toda educación, lo escondo detrás de una papelera). Compro por Amazon y desnudo mis gustos literarios (nada radical: Almudena Grandes, Coelho y L. A. de Cuenca, no quiero vacilar de metafísico). Alquilo mis películas en Videomatic y saben qué veo (sólo las de estreno, no quisiera dar al país la imagen de libertino). Uso la tarjeta de Carrefour y les informo de mis hábitos nutricionales (Pringles, Coca-Cola light y alguna pizza, para no aparentar que nado a contra corriente). Con la tarjeta de las Farmacias Modernas pueden saber de qué padezco (nada de preservativos ni lubricantes, podría parecer un maníaco sexual o -peor aún- un mariquita).
Siempre llevo puestos el sombrero, las gafas de sol y el loden, para que no me pueda reconocer el que ve la grabación por las cámaras, al día siguiente. Salgo y entro a mi casa a las horas más intempestivas, casi siempre borracho. No saludo a los vecinos, no vaya a ser que sepan quién soy. Me comporto con rectitud monacal en mi habitación, nunca se sabe quién pueda estar observando, escuchando… curioseando.
Me acuesto y, en la oscuridad –el espacio más decoroso del que dispongo- entorno los ojos y consigo llegar al único lugar donde me siento soberano de mis actos, donde nadie me puede espiar, donde me siento totalmente libre e ingobernable: mi mente, mi imaginación.
Bueno, al menos... de momento.