PARAÍSOS NOCTURNOS
Siempre me han fascinado
la majestad secreta de la noche:
sus muecas de tahúr, sus aspavientos.
De madrugada,
la conciencia camina de rodillas
tratando de cumplir su penitencia
de alcohol, frío y mentiras.
La lujuria -cargado su revólver-
exigiendo que el tiempo se detenga
y se baje las bragas.
Marchito, en una barra,
el vacío -rubí de porcelana-,
disfrazado de seda y soltando sus jaurías,
te tienta con un último gin-tonic.
En la pista de baile,
una mujer sin tiempo para besos,
tratando de enseñar su ajustada indiferencia.
Cuando llegues a casa
¿cuál de tus recuerdos llegará roto?
La mañana no tiene esos misterios:
el olor a oficina del café,
la verdad apuntándote a la frente,
un cielo encapotado de presagios
y un despeñadero de intenciones compasivas
donde pactar la tregua
y preparar la próxima guerrilla.